Charla con José Joaquín
Brunner Ried
El fracaso de
la educación pública en América Latina
El chileno,
autoridad mundial en educación, asegura que los profesores de hoy no entienden
cómo aprende la mente de los jóvenes entre los 18 y los 25
años.
Por: Redacción
Vivir
El chileno José Joaquín Brunner Ried es una autoridad
mundial en educación y en investigación en este campo. / Gabriel Aponte
Cada paso del chileno José Joaquín Brunner Ried —exministro
de Estado de ese país, sociólogo— es cuidado por dos mujeres que “le hablan al
oído”. Se preocupan porque tenga su café en la mesa a tiempo, y porque por lo
menos coma fruta y queso al desayuno. Brunner es una especie de celebridad
mundial en el sector educativo. Una autoridad. Un investigador juicioso y
reputado.
Ayer estuvo en
Colombia, invitado por la Universidad del Rosario de Bogotá, para hablar frente
a decenas de profesores —en la celebración de su día— sobre las transformaciones
que ha sufrido este oficio. Sobre la brecha insuperable que existe hoy entre los
viejos y los más jóvenes, porque los primeros defienden una metodología que “va
a desaparecer” arrasada por el mundo digital.
Se paró frente a
decenas de académicos para contarles que en Colombia sólo el 4,8% de los
maestros contaba con un doctorado para 2010 y que entre 2005 y 2010 la planta de
maestros universitarios creció solo en 4.672 docentes, al pasar de 97.880 a
102.552. Al terminar la charla habló con El Espectador, mientras las dos mujeres
lo escoltaban.
Sus teorías llevan a pensar que el postulado “pueblo pobre,
pueblo mal educado” es nuestra irremediable realidad.
Los niños de hogares
de menores ingresos están recibiendo una educación realmente deficitaria. Lo más
grave es que las competencias más importantes para aprender autónomamente a lo
largo de la vida están siendo mal formadas en esta etapa. La comprensión lectora
y el manejo numérico y de razonamiento, que es lo que el colegio debería estar
formando en el plano cognitivo, son muy débiles.
¿El que está fallando entonces es el Estado, que tiene en
sus manos la educación básica de las poblaciones más vulnerables?
Así es. En América
Latina este es un fracaso no de un gobierno azul, verde o rojo, sino de todos
los estados a lo largo del siglo XX. Mientras los países europeos, y algunos
asiáticos, lograron en buena parte del siglo XIX y en el XX establecer una
educación de alta e igual calidad para todos los niños y jóvenes,
independientemente de si eran hijos de obreros o de empresarios, en América
Latina el sistema educacional fue construido para una minoría. Luego, cuando se
intentó incorporar a los excluidos, se hizo en colegios estatales de muy mala
calidad.
Para remediar esto, la Secretaría de Educación de Bogotá
propone que las universidades públicas tengan unos cupos obligatorios para los
estudiantes que vienen de colegios públicos. ¿Cree que es una salida?
Creo que ayuda, pero bajo la condición absoluta de que no
sólo les aseguren acceso. Entrar significa sólo pasar por una puerta, pero lo
que le ocurre después a quien ya está adentro, que tiene que entender los textos
que está estudiando, que tiene que seguir el ritmo de sus compañeros que saben
estudiar autónomamente, es de lo que realmente se tienen que ocupar quienes
hacen estas propuestas. El paso decisivo es cómo la universidad organiza su
pedagogía para ayudarles a estos alumnos, de tal modo que no terminen
desertando: tienen que tener clases especiales y compensatorias, tutores
individuales... Si no lo hacen, el experimento no funciona.
Usted dice que los profesores no saben cuáles son las
formas de aprendizaje para los jóvenes entre los 18 y los 25 años, que no saben
cómo aprenden sus mentes. ¿Qué está dejando ese vacío?
Uno llega a ser profesor universitario no porque sigue un
estudio especial que se llame “ser profesor universitario”, sino porque uno es
sociólogo, abogado, enfermero… Nadie enseña didáctica ni el arte de enseñar la
profesión, lo que sí se hace con los profesores de educación básica. Ahora nos
hemos dado cuenta de que no puede ser así y hay universidades que están haciendo
un esfuerzo para transformar a un buen sociólogo en un buen profesor de
sociología. Estamos aprendiendo a enseñarles a nuestros profesores a
enseñar.
En Colombia sólo el 4,8% de los profesores tiene un
doctorado. Eso suena muy grave...
Primero hay que identificar para qué quiero personas con
doctorado dentro de mi cuerpo académico. Para una carrera de investigador formal
sí es casi imprescindible tener un doctorado.
También están los maestros que se quedaron siempre en la
academia y que no tienen experiencia en la práctica...
Esos profesores están condenados a ser un fracaso.
¿Cree que el estatus o el valor de esta profesión ha
decaído?
Creo que se ha diferenciado. Los maestros dejaron de ser
genios absolutos, como ocurría hace cuarenta o cincuenta años. Hay además un
fraccionamiento, una brecha entre los viejos y los jóvenes. Los profesores
jóvenes, de 35 años, que vienen de doctorados de buenas universidades de Europa
y Estados Unidos, tienen una mirada crítica hacia sus maestros que nunca
salieron, que nunca escribieron para una revista internacional. Además, hay un
problema con la disciplina: cuando los viejos estudiaron, la disciplina era
mucho menos dinámica y menos poblada de conocimiento; la nueva generación viene
de una disciplina en que el conocimiento no se detiene.
¿Podría decirse que hay una especie de pasividad de los
viejos al acoplarse a los nuevos lenguajes que exige esta era digital?
No es pasividad. Es otra cultura. Otros valores. Ellos hacen
parte de una forma de ejercer la profesión que empieza a quedar conceptual,
tecnológica y culturalmente superada por la era digital. De hecho su
metodología, la del profesor que enseñaba con la pura palabra y con el mismo
texto durante veinte años, desapareció. Hoy un profesor joven piensa cada curso
de forma diferente y tiene los medios para hacerlo, porque se sienta frente a su
computador y puede bajar el currículum de su curso tal y como se enseña en
Oxford o en Harvard. Ese es su punto de comparación. Esa es su competencia. No
es que los viejos sean malos o pasivos, eran muy buenos, pero eran de un mundo
que de repente colapsó.
Por: Redacción
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